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Terminábamos un lahmacun
de cordero con queso
en el turco de Portillo de Balboa
esquina con Soto
mientras Apu, el jefe de cuyo nombre
nadie queremos acordarnos, nos contaba
cuánto le costó traer a su mujer y a sus hijos
desde Bangladesh.
Los parroquianos del barrio tomaban
el vino de la casa junto a la tapa de cordero.
Los niños corrían detrás de una peonza desvencijada
y a veces se paraban a observar embobados
la barriga de una embarazada que devoraba
unas patatas fritas con salsa de yogur.
Su mujer leía un periódico. No habla muy bien
español
pero en el cielo de su eterna sonrisa
caben cien budas en fila de a dos.
Apu, el jefe, dijo en su idioma algo que
sonó a orden a su esposa. Obedeció rápido y
entró en la cocina.
Al rato volvió a salir cubierta con un hiyab
saludando tímidamente con la mano
a dos moros que acababan de entrar
a por un kebab de pollo y tabaco.
JORGE M. Molinero escribe en el blog La juventud del otro (AQUÍ)
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viernes, 6 de agosto de 2010
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